Poetizar la vida: Un manifiesto por la reconexión
Lic. Carlos Churba
Poetizar la vida es mucho más que adornarla con metáforas o evadir sus asperezas. No es negación del dolor ni suavización de la herida; tampoco es convertir la existencia en una postal idílica y artificial. Poetizar es, en esencia, una profunda reconfiguración de nuestra relación con lo real.
La poesía, en su sentido más primordial y hondo, trasciende el ámbito literario para manifestarse como una actitud vital, una disposición existencial. Es la voluntad de permitir que el mundo nos impacte, nos moldee y nos atraviese antes de que intentemos clasificarlo, explicarlo o dominarlo.
Poetizar es afinar los sentidos para escuchar el denso murmullo de lo cotidiano. Es percibir que incluso en lo más simple —un gesto fugaz, una palabra apenas susurrada, una despedida silente, un instante de quietud— reside una profundidad que excede su función aparente. Cada elemento contiene una resonancia, un eco que nuestra prisa y superficialidad suelen pasar por alto.
La vorágine de la vida moderna nos empuja a una experiencia aplanada. Todo debe tener un propósito utilitario, todo debe producir, todo debe justificarse bajo la lógica de la eficiencia. En este movimiento constante hacia lo práctico, se desvanece la profundidad, se anula la contemplación.
Por ello, poetizar la vida emerge como un acto de resistencia radical. Resistencia a la reducción de la experiencia a lo meramente funcional. Resistencia a la prisa que nos impide detenernos y sentir. Resistencia a la lógica del descarte que nos incita a desechar aquello que no produce un beneficio inmediato.
No se trata de añadir algo a nuestra vida, de cargarla con más elementos. Por el contrario, poetizar es un ejercicio de despojamiento: quitar los velos de la costumbre, arrancar los automatismos que nos ciegan, disolver las anestesias que nos impiden sentir plenamente y desechar las respuestas prefabricadas que nos impiden pensar genuinamente.
Cuando poetizamos, el mundo deja de ser un mero escenario pasivo para convertirse en un interlocutor vibrante. Nos habla a través de signos mínimos y sutiles: una luz que se filtra de una manera inesperada, un recuerdo que irrumpe sin previo aviso, una frase que resuena en nuestro interior mucho más allá de su enunciado literal.
Poetizar la vida es permitir que esos signos nos transformen, sin apropiárnoslos de inmediato, sin traducirlos instantáneamente a la utilidad. Es la capacidad de permanecer con ellos, de habitarlos en un espacio de pura receptividad. Aquí, la creatividad ya no se enfoca en el objeto producido, sino en el sentido que emana de la forma en que vivimos: cómo atravesamos el tiempo, cómo habitamos los vínculos con los otros, cómo construimos nuestra propia narrativa existencial.
Poetizar la vida no elimina la gravedad inherente a la existencia, pero la vuelve habitable. No borra el dolor, pero le confiere una forma, un contorno que permite su integración. No niega la finitud, pero la inscribe en una trama de sentido más vasta, trascendiendo la mera ausencia.
En este punto, crear ya no es producir algo completamente nuevo, sino responder de un modo diferente a lo que nos sucede. Es una respuesta plena de conciencia, de cuidado, de presencia absoluta.
Toda vida, sin excepción, puede ser poetizada. No importan la edad, la disciplina profesional o el reconocimiento externo. Lo que importa es la disponibilidad interior, la apertura del espíritu a la maravilla y al asombro.
Poetizar la vida es, en última instancia, un modo profundo de cuidar el mundo. Quien poetiza no violenta su entorno, no arrasa con sus recursos, no consume sin antes escuchar.
Aquí el camino se aproxima, lentamente, a otra palabra clave: descrear. No como negación de lo creado, sino como un cuidado meticuloso de sus efectos. Es asumir la responsabilidad consciente por aquello que introducimos en el mundo, por las huellas que dejamos.
Poetizar la vida prepara el terreno para este discernimiento. Afina la escucha, vuelve sensible la percepción y nos deja listos para abordar una pregunta aún más exigente: ¿qué hacemos con lo que ya ha sido creado?
