Crealogar el dolor, poetizar la locura: Kenzaburō Ōe y la imaginación como resistencia
Lic. Carlos Churba, con la
colaboración de ChatGpt y la Imagen de Grok3
A raíz de leer
el siguiente texto del escritor japonés Kenzaburō Ōe, Premio Nobel de
Literatura en 1994:
“Desde niño tengo interés en cómo nuestro limitado cuerpo
encaja el sufrimiento. De pequeño, yo
iba a pescar. Y me fijaba en el pez con el anzuelo clavado, que se movía mucho.
Sufre horrores, pero en silencio: no grita. El niño que yo era pensaba: ¡cuánto
dolor inexpresado! Ese fue el primer estímulo que me llevó a ser escritor,
porque pensé que los niños tampoco podíamos hacernos entender bien. Me hice
escritor para reflejar el dolor de un pez. Y hoy me siento, sobre todo, un
profesional de la expresión del dolor humano, al que persigo mostrar con la
mayor precisión posible”
Me interesó
relacionar parte de su obra con mis conceptos Crealogar y Poetizar la Vida
La obra de Kenzaburō
Ōe se caracteriza por una profunda exploración de los dilemas existenciales,
morales y sociales del ser humano, especialmente en el contexto de la posguerra
japonesa, por la búsqueda de sentido ante el dolor y la imaginación como vía
para la resiliencia.
En el
corazón de la obra de Kenzaburō Ōe late una tensión existencial: la
imposibilidad de negar el sufrimiento, pero también la urgencia de
transformarlo. Sus personajes no encuentran alivio en la evasión, ni consuelo
en la esperanza ingenua. Más bien, atraviesan un proceso de caída y
resurgimiento, donde lo que se pone en juego no es la solución del conflicto,
sino la posibilidad de crear sentido desde la herida. Es allí donde se abre el
territorio de lo que llamo crealogar:
un acto de escucha activa, resonante, que transforma el dolor en experiencia
vivida, y la experiencia en palabra compartida.
Pero su proceso
lo lleva a un punto de inflexión: la posibilidad de asumir su dolor no como
peso, sino como posibilidad de reconfiguración existencial. Allí aparece el crealogar no como consuelo.
En Una cuestión personal, Bird, el joven
protagonista, se ve enfrentado al nacimiento de un hijo con daño cerebral. La
noticia lo lanza a una crisis donde se despliegan sus miedos más íntimos: a la
pérdida de libertad, al fracaso, a lo que no puede controlar ni entender. Pero
su recorrido no es lineal ni heroico. Bird no acepta de inmediato su nueva
realidad. Huye, se degrada, niega. Y sin embargo, en esa misma deriva, comienza
a vislumbrarse algo: la posibilidad de asumir el dolor como parte del sí mismo,
y no como enemigo exterior. Esta aceptación —dolorosa, incompleta, humana— es
el inicio del Crealogar como decisión
de entrar en diálogo con lo que duele y transformarlo en experiencia vivida, en
palabra, en vínculo, es cuando el mundo se vuelve a hablar, no desde la lógica
ni desde el deber, sino desde una verdad que nace en el cuerpo, en el temblor,
en la renuncia a la fantasía del control.
Por otro
lado, Dinos cómo sobrevivir a nuestra
locura nos conduce a territorios donde
la locura y la diferencia no son patologizadas, sino umbral para acceder a territorios
poéticos de resistencia. Ōe revela allí no es sólo la tragedia del aislamiento,
sino la riqueza oculta en las formas alternativas de ver, de sentir, de estar
en el mundo. El delirio del narrador no niega el mundo, sino que lo re-crea, lo
poetiza para habitar lo que duele, porque en la marginalidad también se abre un
modo distinto de escuchar, de ver, de hablar con lo invisible. Aquí, la locura
se vuelve resonancia con lo que la sociedad calla: el miedo, la fragilidad, el
deseo de cuidado.
Aquí aparece
con fuerza el acto de poetizar la vida.
No como ornamento, sino como forma de supervivencia. Poetizar es aquí ver de otro modo, nombrar lo innombrable, rescatar
sentido en medio del sinsentido. En estos personajes que Ōe despliega,
marginados, frágiles, desbordados, se cifra una potencia: la de la vida que
insiste, que no se deja apagar, que crea formas nuevas para decir "aquí
estoy", incluso cuando el mundo parece cerrado.
Ambos libros
pueden leerse, entonces, como rituales de pasaje. No hacia una cura, sino hacia
una transformación. El dolor no es negado, no desaparece, pero se vuelve
habitable. Es enfrentado desde su aspereza, su violencia interior, pero también
desde una potencia latente: la capacidad humana de imaginar otras formas de
vivir, de crear sentido allí donde la razón se quiebra. La locura no se
elimina, pero se escucha. Y en ese movimiento, se revela lo que no puede descrearse: la huella de una experiencia
que, al ser crealogada y poetizada,
se vuelve parte del tejido compartido de lo humano.